Creer es confesar.
Creer es actuar de acuerdo a la Palabra que Dios ha declarado. No se cree si no se actúa. Podría ser un asentir al hecho, pero la creencia bíblica demanda acción; demanda que actuemos antes de que Dios actúe.
Creer no es actuar después de que Dios actúe para confirmar su Palabra. Creer y actuar antes de que Dios haya actuado es el sentido bíblico de creer.
La fe es algo que viene después haber actuado. La relación entre creer y fe para confesar se cumple totalmente.
Cuando decimos “confesión”, no nos referimos a la confesión del pecado, sino confesión de nuestra fe. Confesamos lo que ya hemos creído.
La fe, pues, no es fe hasta que se produce la confesión con los labios. Es una aprobación mental, pero la aprobación mental se convierte en fe a través de la acción, o confesión. La mayoría de lo que llamamos “fe” es una aprobación mental de los fundamentos básicos de la Palabra. La fe verdadera es una fuerza viva y en movimiento.
Confesar a Cristo como Salvador y Señor es creer.
Confesar ante el mundo que Él puede suplir todas tus necesidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús, eso es creer. (Véase Filipenses 4:19).
Puedes ver que no se puede creer en Cristo como Salvador y Señor sin una confesión de labios. (Véase Romanos 10:10).
No hay una fe aceptada por Dios que no se manifieste a través de la confesión.
Recientemente he visto con claridad el infinito valor de la afirmación continua, no sólo para el hombre interior (el alma y el espíritu), sino también para el mundo.
Nuestras vidas espirituales dependen de nuestra constante afirmación de lo que Dios ha declarado, lo que Dios es en Cristo, y de lo que nosotros somos para el Padre en Cristo. La confesión es la confirmación de la fe. Afirmar constantemente las cosas que Dios es para ti y tú para Dios, y las cosas que eres en Cristo y lo que Cristo es en ti, es darle alas a la fe para que alcance nuevas alturas en las experiencias espirituales.
Por ejemplo, el metodismo fue poderoso en sus primeros días, y los que se involucraron en el movimiento practicaban una confesión continua de las cosas que creía John Wesley.
Cuando dejaron esta confesión verbal, la fe dejó de crecer, y actuar de acuerdo a las promesas de la Palabra de Dios se hizo cada vez más difícil.
Sería algo de mucho valor para nosotros si pudiéramos pensar ahora en unas cuantas frases conmovedoras de la Palabra.
Confesión 31
En Colosenses 2:10, Pablo dijo: “y vosotros estáis completos en él”. Su corazón repite este estribillo.
“Estoy completo en mi espíritu. Soy partícipe de Su plenitud, de Su llenura; Su llenura hace posible que yo pueda estar en Su presencia sin ser condenado y sin temor. Su llenura me empareja a cualquier situación que pueda venir sobre mí.
Estoy completo en Su vida resucitada. Todo lo que el Padre vio en Él, lo ve también en mí hoy. Soy la obra de Dios, creado en Cristo Jesús”.
Dilo otra vez en tu corazón: “Estoy completo en Él”.
Puede que tengas debilidades físicas, pero entiende que la ley de la fe es que confieses para ti mismo que lo que Dios
dice de ti es cierto. No tienes que sentir nada al respecto o experimentar ningún síntoma. El hecho es que si hubieras sido sanado antes de confesarlo, no hubiera sido una afirmación,
sino sólo una confirmación, ya que simplemente estarías confirmando lo que Dios había hecho.
Pero ahora, antes de que ocurra, puedes decir: “por su llaga [yo estoy] curado” (Isaías 53:5); no “quizá esté” o “voy a ser”, sino “estoy”. Esto es creer, esto es un acto de fe verdadera. Por la fe, ahora estás completo en Él. Lo que para ti es fe para Él es un hecho.
Estás gozoso, le alabas, le adoras por ello, estás completo en Él, y tu gozo está completo en Él, tu descanso está completo en Él y tu paz está completa en Él.
Declara: “Jehová es la fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?” (Salmos 27:1). Di: “Él es la fortaleza de mi cuerpo, así que puedo hacer lo que Él quiera que yo haga”. Ya no hablas de tu enfermedad y fracaso porque Él es la fuerza de tu vida.
La vida, en este caso, significa vida física. Dios es la fuerza de tus brazos y piernas, de tu estómago e intestinos. Él es la salud de tu ombligo, el centro de tus nervios. Donde el temor haya llegado con gran fuerza y te tenga atado, Él lo ha hecho desvanecerse y se ha convertido en tu fuerza.
Él es la fortaleza de tu mente, porque tienes la mente de Cristo.
Él es la fuerza de tu espíritu, porque tu espíritu es el lugar donde el coraje es poder, donde la fe se levanta y domina el alma, y donde la paz encuentra su hogar y se difunde por las facultades del alma. Descanso, paz, fe, amor y esperanza encuentran su hogar en el espíritu, y Él es la fuerza de tu espíritu.
El gran Cristo está sentado ahí, ese es su trono, bendito sea su nombre.
Ahora, ya no vas a temer a las circunstancias, ni vas a tener miedo de nada, porque Él es la fortaleza de tu vida. Él es tu justicia.
Desearía que todos pudieran entender verdaderamente lo que esto significa. Es Dios mismo, Su santidad, Su eterna justicia, Su mente. Él nos absorbe, nos traga, nos inunda, nos sumerge en Él mismo.
Igual que el Espíritu Santo llegó a ese aposento alto el día de Pentecostés, lo llenó y sumergió en Él a cada discípulo, así la justicia de Dios nos sumerge. Como el Espíritu Santo entró en cada uno de ellos el día de Pentecostés e hizo de sus cuerpos Su morada, así Dios, por el nuevo nacimiento, la nueva creación, nos hace Su justicia en Cristo Jesús.
Podemos decir sin temor o ningún sentido de indignidad: “Dios es mi justicia”. Te glorías en Su justicia, te gozas en Su justicia, presumes, te levantas y proclamas Su justicia.
Luego, tu corazón se tranquiliza. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Ahora sabes no sólo que Él es tu justicia, sino que tú también eres Su justicia. Él dijo: “a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26). Tú tienes fe en Jesús; Él es tu justicia, y, milagro de milagros, tú eres la de Él.
Estás completo en Él. Él es la fuerza de tu ser. Tu cuerpo se ha convertido en Su hogar, y Él mora en ti.
Como dijo Pablo: “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20).