Reflexión diaria.



Queridos amig@s! El escritor francés Marcel Aymé, una vez dijo que la humildad es la madre de todas las virtudes, yo he aprendido, que no solo precede a otros valores del ser humano sino que es la virtud por la que más nos preparamos para fortalecer nuestra fe en Dios.La humildad nos permite dejar de lado el orgullo para perdonar a los que nos han hecho daño y reconocer cuando nosotros hemos sido los que hemos afectado a otros. Además nos ayuda a servir de manera más efectiva, porque nos da la sensatez para reconocer nuestras fortalezas y debilidades y poder así saber cuál es la mejor forma de ayudar a aquellos que nos rodean. Es por ello que en los versículos que les comparto hoy, cuando los discípulos preguntaron a Jesús, quien era el mayor en el reino de los Cielos, Él respondió, que era aquel con mayor humildad. Poniendo a un niño en medio de ellos dijo: “Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:4). Jesús invitaba a sus discípulos a mantener un espíritu manso, sumiso y humilde. Aquel espíritu que te hace digno de Dios y que se expresa a su vez en la sencillez, inocencia y capacidad de perdón semejantes a las de un niño. Seamos entonces, dignos del Señor, sabiéndonos a disposición de su voluntad y poder y cultivando de esa manera, nuestro espíritu de humildad. Seamos sensatos para reconocer nuestros errores, misericordiosos para perdonar y de esa forma humildes para honrar al Señor, sabiendo que: “cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14.11). Ahora me gustaría aclarar que cuando el Señor dice: "se humilla" no te pide que te dejes pisar ante una injusticia o que callemos cuando alguien comete algo indebido. Jesús nos pide que recordemos que no somos capaces de mejorar ni de hacer el bien a los demás por nosotros mismos, necesitamos su ayuda e inspiración para hacer el bien, incluso para aprender a amar a nuestros enemigos. Dios les Bendiga! 

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