Reflexión diaria.
Queridos amig@s! Una vez en la consulta de oncología de un reconocido hospital, un hombre fue advertido por su doctor sobre la necesidad de operarse un tumor que para ese momento era considerablemente pequeño, él alegó que no siendo nada grave esperaría unos meses hasta que culminaran sus estudios de postgrado para proceder en la operación. Dos meses después el hombre notando cierto malestar, fue nuevamente a su doctor decidido a realizar la cirugía que anteriormente le había pospuesto, pero el médico le confesó: – No, ahora ya no puede ser operado, porque el cáncer ha crecido tanto que ha tocado puntos vitales y no tiene remedio. De la misma forma que ocurre con el cáncer en la vida de un ser humano, así también sucede con el pecado, si no se erradica a tiempo, y se le concede crecer libremente, termina por contagiar todo el cuerpo, de manera, que un día será demasiado tarde para ocuparse de eliminarlo acabando con nuestra vida física y espiritual. Una de las razones por las que muchas veces hacemos caso omiso a las advertencias de Dios es porque no percibimos las consecuencias inmediatas de este, porque a nuestro parecer el efecto que causa dicho pecado o problema es mínimo, y pensamos que podemos seguir practicándolo por mucho tiempo más; no obstante, cuando asimilamos las terribles consecuencias que cosechamos ya es demasiado tarde, pues, está tan arraigado en nuestro ser que cuesta en gran manera eliminarlo, por si esto fuera poco, cuando ese tipo de males no se controla a tiempo, además de afectar a quien lo comete también daña a quienes nos aprecian, como familiares y amigos. Cuando Dios hable a tu vida para advertirte sobre tus fallas, o si eres capaz de reconocer que hay algo en ti que está mal, y que por consiguiente le desagrada a Dios, pídele ayuda para cambiar eso, no endurezcas tu corazón, ruega por su fortaleza y corta de raíz aquello que te está contaminando, no permitas que crezca hasta el punto de que ese pecado tome control sobre tu vida. Dios te Bendiga.