Reflexión diaria.

Queridos amig@s! La avaricia y la codicia son de los sentimientos más devastadores que afectan nuestra relación con Dios y nos alejan enormemente de Él. Ambas son un cáncer silencioso que posee un poder altamente destructivo. El veneno de la codicia es letal y mata espiritualmente a miles de personas cada día. No podemos jugar con un pecado tan pernicioso y dañino. La codicia golpea a ricos y pobres, viejos y jóvenes, religiosos y ateos. Este es un mal arraigado en las oscuras profundidades del corazón humano.



El único antídoto para la codicia es un nuevo corazón transformado por La Palabra de Dios. Por eso debemos leer y conocerla, es que las Escrituras son el arma más poderosa que existe y ha existido para llevar a cabo esa transformación, debido a que es el principal medio por el que El Señor nos habla, nos corrige y nos guía en la dirección en la que podemos glorificarlo. Es la Palabra y su acción práctica en oración, la guía por la que el hombre podrá manifestar su gratitud y satisfacción por todo lo que le ha sido concedido desde las manos misericordiosas de Dios. Vale la pena señalar, sin embargo, que el  mandamiento del versículo de hoy, no reprueba el legítimo deseo de poseer y conquistar algo como fruto de la bendición y el trabajo de Dios.
Lo que se combate, a la luz de esta afirmación divina, es el problema de la codicia, la envidia, los deseos impuros desenfrenados y, sobre todo, el sentimiento o la actitud de ingratitud hacia nuestro Dios. Que el Señor se apiade de nosotros y nos haga vivir felices y agradecidos con todo lo que nos concede, así como con las bendiciones que también reciben nuestros semejantes. Bendiciones! 

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