Biografía de Jesucristo.

Queridos amigos! Hoy quiero comenzar este año nuevo hablandoles de la figura central de todo el evangelio: Jesucristo.
El nombre Jesucristo es la traducción del griego I'sóus [transliteración del aram. Yeshûâ, "Jesús", y éste del hebreo Yehôshûa, Josué] más Jristós [traducción del hebreo Mâshîaj, Mesías]).

El Salvador del mundo, el Mesías. En tiempos del Nuevo Testamento, Yeshûâ era un nombre corriente que se daba a los muchachos judíos (la traducción actual sería Josué). Expresaba la fe de los padres en Dios y en su promesa de uno que traería salvación a Israel. El ángel Gabriel indicó a José que llamara al primogénito de María con este nombre, y la razón que se le dio fue: "Porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1:21).
"Cristo" no fue un nombre personal por el que la gente lo conoció mientras estuvo sobre la tierra, sino un título usado para identificarlo con aquel en quien las promesas y profecías mesiánicas del Antiguo Testamento encontraban su cumplimiento.
Para los que creyeron en él como enviado de Dios, él era el Cristo; es decir, el Mesías, el "ungido" por Dios para ser el Salvador del mundo.

El uso de los 2 nombres juntos (Mt. 1:18; 16:20; Mr. 1:1), Jesús y Cristo, constituye una confesión de fe en que Jesús de Nazaret, el hijo de María, es realmente el Mesías (Mt. 1:1; Hch. 2:38). También se lo conocía por el título de Emanuel, "Dios con nosotros", un reconocimiento de su divinidad y nacimiento virginal (Mt. 1:23; cf Is. 7:14; 9:6, 7). La designación corriente que usó Jesús para sí mismo fue "el Hijo del Hombre" (Mr. 2:10; etc,), una expresión que nunca usaron otros cuando hablaban de él o se dirigían a él. Con este título, que parece tener implicaciones mesiánicas, Jesús enfatizó su humanidad, sin duda pensando de sí mismo como la simiente prometida (Gn. 3:15;22:18; cf Gá. 3:16). Raramente usó para sí mismo el título "Hijo de Dios", el cual enfatizaba su divinidad (Jn. 9:35-37; 10:36), aunque a menudo se refería a Dios como su Padre (Mt. 16:17; etc.). Sin embargo, el Padre lo llamó su Hijo (Lc. 3:22; 9:35), y Juan el Bautista (Jn. 1:34) y los Doce (Mt.14:33; 16:16) lo reconocieron como "Hijo de Dios". La afirmación de Jesús de que Dios era su Padre en un sentido especial, y más tarde, su admisión de ser el Hijo de Dios, le valieron el arresto de los judíos que alegaban que eso era causa suficiente para su condenación y muerte (Lc. 22:70, 71). El ángel Gabriel explicó que Jesús debía ser llamado Hijo de Dios en virtud de su nacimiento de María por el poder del Espíritu Santo (Lc. 1:35; cf He. 1:5), y Pablo dice que la resurrección de Jesús de los muertos lo declara "Hijo de Dios" con poder (Ro. 1:4). Sus dicípulos con frecuencia se dirigieron a él como "Maestro" (Mr. 4:38; 9:38; etc.), y también, en reconocimiento de su deidad, como "Señor" (Jn. 14:5, 8; 20:28). La gente y los gobernantes por igual usaron el término "Hijo de David" como una designación popular para el Mesías (Mt. 12:23; 22:42;Mr. 12:35; etc.), y como una expresión de la esperanza de liberación de la opresión política.

I. Ambientación.

Más que cualquier otra cosa, fue la fe en el Mesías lo que unió a los judíos como raza a través de los siglos y constituyó la base para su existencia como nación. La esperanza mesiánica es el tema central del Antiguo Testamento, desde el anuncio de un Redentor (Gn. 3:15) hasta la promesa de uno que vendría delante de él para preparar el camino (ls. 40:3-5; Mal. 4:5). Correctamente comprendidas, las Escrituras del AT predicen su venida y dan testimonio de él (Lc. 24:25-27; Jn, 5:39,47). Los escritores de los Evangelios se refieren con frecuencia a las profecías del AT como cumplidas en Jesús de Nazaret (Mt. 1:23; 2:6, 15, 17, 18; 3:3; etc.), y Cristo mismo, en diversas ocasiones, las citó como evidencia de que él era el Mesías (Lc. 4:17-21; 24:25-27; Jn. 5:39, 47; etc.).

Por unos 375 años después de la restauración de la cautividad babilónica en el 536 a.C., Judea fue tributario de los persas, de Alejandro Magno y de sus sucesores: los Tolomeos de Egipto y los Seléucidas de Siria. Luego, por aproximadamente un siglo, los judíos gozaron de cierta independencia de gobiernos extranjeros, bajo una serie de gobernantes conocidos como macabeos o asmoneos. Desde el 63 a.C. Palestina fue tributaria de Roma -aunque mayormente autónoma en la administración de su vida interna, civil y religiosa- hasta el 70 d.C., cuando la nación se extinguió. Unos 15 años después que Pompeyo subyugara Palestina, Herodes, conocido más tarde como "el Grande", fue designado como principal magistrado de Galilea. En ocasión de la invasión de los partos y cuando 2 gobernantes asmoneos estaban luchando por el trono, Herodes fue designado rey de Judea por los romanos (40 a.C.), y con la ayuda de ellos tomó Jerusalén (37 a.C.).
Esto terminó la larga serie de sangrientas guerras que habían marcado los años 63 al 37 a.C., durante las cuales, se dice, murieron más de 100.000 judíos. Durante los siguientes 70 años, hasta el 34 d.C., se estima que otros 100.000 perdieron la vida en abortivos intentos de sacudirse el yugo romano-herodiano. Herodes asesinó a varios miembros de la familia asmonea, a cuyos miembros se habían acercado los judíos en un vano intento por recuperar su libertad. También asesinó a veintenas de nobles en
diversas ocasiones, ya sea porque no los quería o para confiscar sus propiedades. Además incurrió en el odio de sus súbditos por sus impuestos opresivos, uno de los medios usados para obtener los fondos necesarios para sus grandiosos proyectos de construcción. Se dice que al asumir encontró a la nación en un estado de prosperidad razonable; cuando murió la dejó en una pobreza abyecta. Los judíos también odiaban a Herodes por sus actividades paganizantes y su crueldad ilimitada y desenfrenada. Lo llamaban "ese esclavo edomita" y lo consideraban la encarnación del mal. Aunque era odiado, tenía un deseo insaciable de ser apreciado y recibir honores; pero percibiendo que los judíos nunca le darían eso, otorgó ricos favores y donó grandes edificios a los habitantes de ciudades gentiles, cercanas y lejanas. Un terremoto asolador (31 a.C.) y una hambruna severa 6 años más tarde aumentaron el sufrimiento del pueblo judío durante su reinado de 33 años. Uno de sus últimos actos antes de su muerte, quizás en el 4 a.C., fue la matanza de los niños de Belén (Mt. 2).
Como sucesores designó a sus hijos Arquelao (sobre Judea y Samaria), Herodes Antipas (sobre Galilea y Perea) y Felipe (sobre la región al norte y al este del Mar de Galilea). Este, cuyos súbditos eran mayormente gentiles, hizo,bsegún se dice, una buena administración para sus gobernados. A veces, Jesús se retiró brevemente a regiones bajo la jurisdicción de Felipe, donde gozaba de estar libre de las molestias que le causaban los escribas y fariseos. Gran parte del ministerio de Jesús fue consagrado a Galilea y Perea que estaban bajo el dominio de Herodes Antipas.

Arquelao heredó el carácter perverso de su padre, pero no tuvo la capacidad de éste. Era tiránico y bárbaro en el peor sentido. Inauguró su reinado sobre Judea con una matanza sin sentido de 3.000 personas en los atrios del templo.
Esta masacre despertó el sentimiento público en su contra y provocó una serie de revueltas sin precedentes.
El odio por el dominio herodiano-romano alcanzó tal nivel que por un tiempo prevaleció una anarquía completa. Finalmente, en el 6 d.C., Augusto desterró a Arquelao a Galia y anexó Judea y Samaria a la provincia romana de Siria, poniendo así por 1ª vez a los judíos directamente bajo el gobierno romano. Como se podía esperar, éstos se sentían amargamente ofendidos por la presencia de los administradores y soldados romanos; pero con ocasionales excepciones, los asuntos de Palestina estuvieron relativamente en calma por muchos años. Cuando Coponio, el 1º de los procuradores, intentó cobrar un impuesto romano directo, muchos judíos galileos se rebelaron bajo Judas (Hch. 5:37). Abandonando su intento, los romanos entregaron la recolección de impuestos a los judíos, que en el NT son conocidos como
"publicanos". Estos eran odiados, tanto porque representaban a un detestado gobierno extranjero, como porque sistemáticamente estafaban a sus propios
conciudadanos. El emperador Tiberio, según Josefo, observó que los procuradores romanos, los oficiales financieros, eran como moscas en una herida: los que ya estaban saciados no succionaban tanto como los recién llegados. La mayoría de los procuradores eran inescrupulosos e incompetentes, que provocaban en los judíos un odio aún mayor hacia Roma. Estaban sentados, por así decirlo, sobre un volcán que finalmente entró en erupción en la gran revuelta del 66-73 d.C. Sin embargo, bajo los procuradores, los judíos todavía gozaban de una gran medida de autonomía local en la administración de sus asuntos civiles y religiosos: el gran Sanedrín de Jerusalén tenía cierta jurisdicción civil como también religiosa; el sumo sacerdote era su presidente y tenía una fuerza policial para imponer su autoridad; además, había 11
sanedrines regionales en Judea. Como corazón del judaísmo, la Judea de los días de Jesús era ultraconservadora. Por otra parte, Galilea -llamada "Galilea de los gentiles"-, era más cosmopolita, con una mayor proporción de no judíos en su población. La influencia griega predominaba en mucho mayor grado que en Judea. Había pocas ciudades grandes, y la región estaba casi totalmente cultivada.

II. Vida religiosa judía.

Esta giraba en gran medida alrededor de la sinagoga local. Sin embargo, en
las grandes fiestas anuales -la Pascua o los Panes sin Levadura, Pentecostés y
los Tabernáculos- los peregrinos judíos y los prosélitos gentiles de todas
partes del mundo civilizado afluían por miles al templo de Jerusalén. En esas
ocasiones, los romanos entregaban para su uso las sagradas vestiduras del sumo
sacerdote que ordinariamente guardaban en la Fortaleza Antonia junto al templo.

Los 2 partidos religiosos principales eran los fariseos y los saduceos. Un
3er grupo lo constituían los esenios. Los zelotes conformaban un 4º partido
judío. Los herodianos, "los que estaban en favor de Herodes", formaban un 5º
grupo, con intereses puramente políticos. Los escribas, "intérpretes de la
ley" o "doctores" (Mt. 7:29; Lc. 7:30), no constituían un grupo separado,
porque su mayoría era farisea. Intérpretes profesionales de las leyes civiles
y religiosas de Moisés, su trabajo consistía en aplicar estas leyes a los
asuntos de la vida diaria. Su interpretación colectiva de la ley mosaica, más
tarde codificada en la Mishná y el Talmud, constituyó la "tradición" contra la
que Cristo habló tan definidamente.
Sin embargo, se debería recordar que sólo una pequeña fracción de la población
de Palestina pertenecía a estas sectas políticas y religiosas, y que las
grandes masas no tenían educación y eran despreciados por los líderes por causa
de su ignorancia y laxa observancia de los ritos. Entre estas personas
sencillas hizo Jesús la mayor parte de su obra y con quienes fue clasificado
por la así llamada elite de su tiempo. Era la gente común -muchos de los
cuales temían a Dios y tomaban en serio su religión-, la que lo escuchaba "de
buena gana" (Mr. 12:37).

En los días de Cristo había quienes fervientemente esperaban el Mesías (Mr.
15:43; Lc. 2:25, 36-38). La literatura judía extrabíblica anterior a Cristo,
como también la posterior a él refleja un gran interés en su venida y el
establecimiento de su reino. Las interminables y sangrientas guerras del
período herodiano-romano, el gran terremoto del 31 a.C. (en el que miles de
personas murieron) y la hambruna desastrosa del 25-24 a.C. fueron considerados
como señales de la cercanía de la venida del Mesías. También había en todo el
mundo gentil gran expectativa por un salvador. Cuando Augusto subió al
trono (27 a.C.) y siglos de luchas dieron lugar a una paz casi universal, los
sentimientos populares aplicaron leyendas y profecías mesiánicas a él.

En la mente de muchos su largo y tranquilo reinado parecía justificar esta
opinión. De esta expectativa mesiánica general, el historiador romano Suetonio
escribió: "Se había difundido por todo el Oriente una antigua y firme creencia
de que la suerte quería que en ese tiempo hombres salidos de Judea Gobernaran
al mundo. A esta predicción, referida al emperador de Roma, como surgía de los
acontecimientos, la gente de Judea la tomo para sí misma". Otro historiador
romano, Tácito, atribuyo la rebelión judía (que terminó con la destrucción de
Jerusalén en el 70 d.C.) a esta esperanza mesiánica de los judíos: la creencia
de que uno de su raza estaba destinado a gobernar al mundo.

III. Cronología de la vida de Cristo.

No se conoce con precisión las fechas exactas del nacimiento, del ministerio y
de la muerte de Cristo, pero se las puede determinar con razonable exactitud.

Sobre la base del registro de los Evangelios sinópticos (Mt., Mr. y Lc.) se
podría llegar a la conclusión de que el ministerio de Jesús duró poco más que
un año, ya que sólo se mencionan incidentes relacionados con 2 Pascuas. Sin
embargo, Juan menciona 3 (Jn. 2:13, 23; 6:4; 13:1) y una "fiesta de los judíos"
no especificada (5:1 ). El encarcelamiento y la muerte de Juan el Bautista,
tomados en relación con los eventos registrados del ministerio de Cristo,
ayudan a determinar que esta fiesta, cuyo nombre se omitió, probablemente
también fue una Pascua. Cuatro Pascuas fijarían la duración del ministerio de
Cristo en 3 años y medio.

Los datos de estos eventos se pueden interpretar así: De acuerdo con Mt. 4:12 y
Mr. 1:14. fue el encarcelamiento de Juan el Bautista lo que indujo a Jesús a
trasladar sus labores de Judea a Galilea y, según Mt. 14:10-21(cf Jn. 6:4-15),
Juan fue decapitado en la época de la Pascua y un año antes de la muerte de
Jesús en la cruz (cf Jn. 11:55). Además, el ministerio público en Galilea
terminó en la época de la Pascua, un año antes de la crucifixión (cf Jn. 5:1;
6:66). El ministerio galileo coincide así con el período del encarcelamiento
de Juan. Ahora bien, el ministerio de Jesús en Judea comenzó inmediatamente
después de la Pascua, en la primavera que siguió a su bautismo -es decir, la
primavera del 28 d.C.-, y siguio por un tiempo no especificado pero algo
extenso (2:13, 23; 3:22, 26, 30; 4:1). Pero "Juan no había sido aún
encarcelado" durante el ministerio de Jesús en Judea (3:22, 24). Para evitar
controversias entre sus discípulos y los de Juan (3:25-4:3), interrumpió
temporariamente sus labores en Judea y fue a Galilea, pasando por Samaria (4:3,
4). Por tanto, los incidentes de Jn. 4 -en Samaria y Caná de Galilea-
ocurrieron mientras Juan todavía estaba en libertad y, por consiguiente, antes
de la iniciación formal del ministerio de Jesús en Galilea. Por cuanto no
había probablemente suficiente tiempo entre la Pascua de 2:13, 23 y la fiesta
de Pentecostés (7 semanas más tarde para los eventos de los capítulos 3 y 4), la
"fiesta" de 5:1 no pudo ocurrir antes de la de los Tabernáculos (6 meses
después de la Pascua). Pero si la de 5:1 se debe considerar la de los
Tabernáculos de ese año, es necesario llegar a la conclusión, sobre la base de
los hechos ya notados, que todos los eventos y desarrollos registrados en
relación con el ministerio de Jesus en Galilea conducen a la conclusión de que
sería imposible comprimir el ministerio galileo en un período de 6 meses. Por
tanto, es razonable llegar a la conclusión de que la "fiesta" de Jn. 5:1 fue la
2ª Pascua del ministerio de Jesús (cf 2:13-15; un año después de la Pascua de
2:13, 23, y un año antes de la Pascua de 6:4), y que su ministerio se extendió
por un período de 3 años y medio. Si se fija su bautismo en el otoño del 27 d.C.,
su ministerio se extendió hasta la primavera del 31 d.C. Sobre la base de este
esquema cronológico, pasaron unos 6 meses entre su bautismo (otoño del 27 d.C.)
y la 1ª Pascua (primavera del 28 d.C.). Durante este tiempo Jesús trabajó
tranquilamente en Judea y Galilea sin atraer la atención del público. Entre la
1ª y la 2ª Pascuas (28 y 29 d.C.) su trabajo se centró principalmente en Judea.
El ministerio en Galilea ocupó el año siguiente, hasta el tiempo de la Pascua
del 30 d.C. Desde esta Pascua, la 3ª, hasta la fiesta de los Tabernáculos
(otoño siguiente), Jesús interrumpió su ministerio público en Galilea y pasó
bastante tiempo en las regiones de los gentiles al norte y al este, y en
conversaciones privadas con sus discípulos. Desde la fiesta de los Tabernáculos hasta la 4ª, Pascua (primavera del 31 d.C.), trabajó principalmente en Samaria y en Perea. Sólo Juan (capítulos 2-5) informa 1 año y medio del ministerio de Jesús (otoño del 27 d.C. hasta la Pascua del 29 a.C.). Los escritores sinópticos cubren con detalle el año del ministerio en Galilea y los 6 meses de su retiro (Pascua del 29 d.C. 635 hasta la fiesta de los Tabernáculos del 30 d.C.). Juan relata sólo 2 ó 3 eventos de este período (capítulo 6). Lucas (capítulos 9-19) es nuestra principal fuente de lo que Jesús hizo durante los 6 meses finales en Samaria y en Perea, hasta la Pascua del 31 d.C. La designación formal de los Doce como apóstoles no ocurrió hasta el verano del 29 d.C., más o menos a mitad del ministerio de 3 años y medio. El último año de este período está claramente señalado por las Pascuas mencionadas en Jn. 6:4 y 11:55, quizá las de los años 30 y 31 d.C., respectivamente.

IV. Vida y ministerio público.
1. De la infancia a la edad adulta.

Jesús nació en Belén, la ciudad de David, para poder identificarse más
fácilmente como el Hijo de David y, por ello, el Mesías de las profecías del AT
(Lc. 2:1-7; cf Mi. 5:2). Al 8º día fue circuncidado (Lc. 2:21), por cuanto la
circuncisión era el signo del pacto y un compromiso de obediencia a sus
requerimientos. Jesús nació "bajo la ley" de Moisés y se sometió a su
jurisdicción (Gá. 4:4). Más tarde, José y María lo llevaron al templo para la
ceremonia de la dedicación del primogénito (Lc. 2:22-39; cf Lv. 12:1-4). Desde
muy temprano este rito había sido seguido por los hebreos como reconocimiento
de la promesa de Dios de dar su Primogénito para salvar a los perdidos. En el
caso de Jesús fue un reconocimiento del acto de Dios de dar a su Hijo al mundo,
y el de la dedicación del Hijo a la obra que había venido a hacer. Después de
la visita de los magos (Mt. 2:1-12), mediante los cuales Dios llamó la atención
de los dirigentes de la nación judía al nacimiento de su Hijo, José y María se
refugiaron por breve tiempo en Egipto de la furiosa persecución de Herodes (Mt.
2:13-18). De regreso a Palestina, por instrucción divina se establecieron en
Galilea y no en Judea, sin duda para evitar el estado de anarquía que
prevalecía allí durante el turbulento reinado de Arquelao (Mt. 2:19-23; Lc.
2:39, 40). Se consideraba que a la edad de 12 años un varón judío pasaba el
umbral de la niñez a la juventud. Como "hijo de la ley" llegaba a ser
personalmente responsable de cumplir los requisitos de la religión judía, y se
esperaba que participara en sus sagrados servicios y fiestas. De acuerdo con
esto, a la edad de 12 años Jesús asistió a su 1ª Pascua, donde por primera vez
dio evidencia de comprender su propia relación especial con el Padre y la
misión de su vida (Lc. 2:41-50).

2. Ministerio público temprano.

El bautismo de Jesús y su ungimiento con el Espíritu Santo, posiblemente en la
época de la fiesta de los Tabernáculos (otoño del 27 d.C.), fue para él un acto
de consagración a la tarea de su vida, que lo separó para el ministerio (Mt.
3:13-17; cf Hch. 10:38). El Padre declaró públicamente que Jesús era su propio
Hijo (Mt. 3:17), y Juan el Bautista reconoció la señal que se le había indicado
para identificar al Cordero de Dios (Jn. 1:31-34). Después de su bautismo, se
retiró al desierto para contemplar su misión. Allí, el tentador lo sometió a
pruebas destinadas a apelar a sus sentidos, al orgullo y al logro de su propia
misión. Antes que pudiera salir a salvar a los hombres, él mismo debía obtener
la victoria sobre el tentador (Mt. 4:1-11; cf He. 2:18). Más tarde regresó al
Jordán, donde Juan estaba predicando (Jn. 1:28-34), y poco después reunió a su
alrededor un pequeño grupo de seguidores: Juan, Andrés, Simón, Felipe y
Natanael (versículos, 35-51). Su 1er milagro, en Caná de Galilea (2:1-11), fortaleció
la fe de ellos en él como el Mesías y les dio una oportunidad de dar testimonio
de su nueva fe a otros.

3. Ministerio en Judea.

Con la limpieza del templo en la época de la Pascua (la primavera siguiente,
unos 6 meses después de su bautismo), Jesús anunció públicamente su misión de
limpiar los corazones de los hombres de la contaminación del pecado (Jn.
2:13-17). Desafiado por las autoridades del templo por este acto, señaló hacia
adelante en forma velada a su muerte en la cruz como el medio por el cual se
proponía limpiar el templo del alma (versículos 18-22). La visita nocturna de
Nicodemo, un consejero importante, dio a Jesús una oportunidad, bien al
principio de su ministerio, de explicar el propósito de su misión a un miembro
del Sanedrín (Jn. 3:1-21) cuya mente era receptiva. Más tarde, Nicodemo pudo
desbaratar temporariamente los intentos de los sacerdotes para destruir a Jesús
(capítulo, 7:50-53). Saliendo de Jerusalén, ministro por un período prolongado en
Judea (3:22). La gente se agolpaba para escucharlo, y la marea de popularidad
gradualmente pasó de Juan a Jesús (4:1). Cuando esto afectó a los discípulos
de Juan (3:25-36), Jesús, deseando evitar toda ocasión de incomprensiones y
disensiones, calladamente dejó sus labores y se retiró, por un tiempo, a
Galilea (4:1-3). Aprovechó esta interrupción de su ministerio en Judea para
preparar el camino para su posterior ministerio exitoso en Samaria y en
Galilea. A su regreso a Jerusalén (la Pascua del 29 d.C.) sanó en sábado a un
paralítico junto al estanque de Betesda, tal vez el caso peor y más conocido de
cuantos se encontraban allí (5:1-15). Los dirigentes judíos habían tenido un
año entero para observar a Jesús y evaluar su mensaje, y Cristo sin duda quería
que este milagro los condujera a una decisión abierta. Acusado por los judíos
de quebrantar el sábado, se defendió afirmando: "Mi Padre hasta ahora trabaja,
y yo trabajo" (versículos, 16-18). Tenían ante sí diversas evidencias de su calidad de
Mesías: A) Habían oído y profesaban aceptar el mensaje de Juan el Bautista, y
Juan había declarado que Jesús era el Hijo de Dios (versículos 32-35; cf 1:31, 34). B)Los muchos milagros que había realizado durante su ministerio en Judea (2:23) y, en particular, la curación del hombre paralítico ese mismo sábado, testificaban acerca de su afirmación (5:16). Por estar haciendo las obras de su Padre (versículos 36; cf 17) testificaba de que había venido del Padre.
C) El Padre mismo había declarado que era su Hijo (versículos 37, 38).
D) La evidencia suprema del mesianismo de Jesús era la que se encontraba en los escritos de Moisés que ellos profesaban aceptar, y que serían sus acusadores si lo
rechazaban (versículos 39-47).

Los sacerdotes y gobernantes sin duda hubieran matado a Jesús allí mismo si se
hubiesen atrevido, pero temieron los sentimientos populares que estaban demasiado en su favor (ver Jn. 5:16, 18). Sin embargo, rechazaron sus afirmaciones y decidieron quitarle la vida en algún momento futuro (versículo 18). De allí en adelante, los escritores evangélicos mencionan con frecuencia a espías enviados para observar a Jesús e informar lo que hacía y decía, lo que mostraba que los sacerdotes y gobernantes intentaban consolidar acusaciones contra él ( Lc. 11:54; 20:20; etc.). También, por esta época, Herodes Antipas encarceló a Juan el Bautista (Lc. 3:19, 20). Estos 2 eventos -el rechazo por el Sanedrín y el encarcelamiento de Juan el Bautista- señalan el fin del ministerio de Jesús en Judea (Mt. 4:12; cf Jn. 7:1). Para evitar conflictos sin sentido con los maestros de Jerusalén, desde entonces restringió sus
labores principalmente a Galilea y, en realidad, no volvió a Jerusalén hasta la fiesta de los Tabernáculos (1 año y medio más tarde).

4. Ministerio en Galilea.

Los galileos eran menos complicados y menos dominados por sus dirigentes que
los judíos de Judea, y sus mentes estaban más abiertas para recibir la verdad.
Durante su ministerio en Galilea el entusiasmo creció tanto que se vio
obligado, algunas veces, a esconderse para que las autoridades romanas no
tuvieran ocasión de temer una insurrección. Por un tiempo pareció que los
galileos lo recibirían como el Mesías. Abrió su obra en Galilea, en Nazaret,
cuya población lo conocía mejor y deberían haber sido los que estuvieran mejor
preparados para darle la bienvenida (Lc. 4:16-30). En la sinagoga, el sábado
les explicó la naturaleza y el propósito de su misión, pero ellos rehusaron
aceptarlo y quisieron quitarle la vida.

Dejando Nazaret, Jesús hizo de Capernaum su centro de labores en Galilea (Mt.
4:13-17). Junto al mar, una mañana llamó a Pedro y Andrés, y a Jacobo y a Juan
para que se le unieran como colaboradores suyos y lo siguieran como discípulos
de tiempo completo (Lc. 5:1-11; cf Mt. 4:18-22). Los sentimientos subieron
tanto de tono, que Jesús se sintió impulsado a abandonar Capernaum por un
tiempo y trabajar en otra parte (Mr. 1:28, 33, 37, 38). Así salió en su 1er
viaje por los pueblos y las aldeas de Galilea, proclamado que "el reino de
Dios" se había "acercado" (Mr. 1:14, 15; Lc. 4:31, 43). De regreso en
Capernaum, sanó al paralítico que había sido bajado por el techo (Mr. 2:1-12).
Como testigos del milagro había una delegación de "fariseos y doctores de la
ley" de todas partes de Judea y de Galilea y también representantes de las
autoridades de Jerusalén (Lc. 5:17) que sin duda habían venido para investigar
y estorbar sus labores exitosas. Al perdonar y sanar al paralítico, les dio
una evidencia indiscutible del poder del Cielo en operación, y que su autoridad
era divina (versículos 18-24). El fracaso de los intentos de desacreditar a Jesús es
evidente por el aumento de la popularidad que caracterizaba su obra (Mr. 3:7, 8).

Durante el intervalo entre la 1ª y la 2ª gira por Galilea, Jesús ordenó a 12 de
sus seguidores para que fueran apóstoles (Mr. 3:13-19). El mismo día (véase
Lc. 6:13-20) presentó el Sermón del Monte, dirigido primariamente a sus
discípulos, pero que oyó también una gran multitud (Mt. 5-7). En este sermón,
que se puede considerar como el discurso inaugural de Jesús como Rey del reino
de la gracia divina y como su constitución, planteó sus principios
fundamentales. Poco después salió en su 2ª gira por Galilea (Lc. 8:1-3), que
está descripta con más detalles que cualquiera de las otras. Durante ella,
demostró el poder de su reino y su valor para los hombres. Se inició (7:11-17)
y terminó (Mr. 5:21-43) con revelaciones de su potestad sobre la muerte. Jesús
también demostró su dominio sobre la naturaleza (Mt. 8:23-27) y sobre los
demonios (Mt. 12:22-45; Mr. 5:1-20). Como Rey del reino de la gracia
divina, Jesús podía liberar a los hombres del temor a la muerte, a los
elementos de la naturaleza y a los demonios, lo que resumía muy bien los
temores populares de la época. Durante esta gira Jesús dio su sermón junto al
mar (Mt. 13:1-53), con una serie de parábolas en las que presenta los mismos
principios que había enseñado de un modo más formal en el Sermón del Monte. En
su 3ª gira por Galilea envió a los Doce, de 2 en 2, para adquirir experiencia
en la evangelización personal (9:36-11:1). En su ausencia, en compañía de
otros discípulos, visitó de nuevo Nazaret, donde sus conciudadanos lo
rechazaron por 2ª vez (Mr. 6:1-6). Esta gira terminó por el tiempo de la
Pascua (primavera del 30 d.C.). La evidencia del poder divino en el milagro de
los panes y los peces (versículos 30-44) fue aceptada por los 5.000 hombres presentes
como la prueba cumbre de que el Libertador largamente esperado estaba entre
ellos. Tenían un hombre que podía alimentar a todo un ejército, sanar a todos
los soldados heridos y aun levantarlos de los muertos, conquistar las naciones,
restaurar el dominio a Israel y transformar a Judea en un paraíso terrenal,
como lo habían predicho los profetas de la antigüedad. Quisieron coronarlo
rey, pero se rehusó (Jn. 6:14, 15). Este fue el punto culminante de su
ministerio. Después de una noche de tormenta en el mar (Mt. 14:22-36) regresó
a Capernaum, donde dio el sermón sobre el Pan de Vida (Jn. 6:25-7:1). La gente
que había pensado en Jesús como gobernante de un reino terrenal ahora se dio
cuenta de que el suyo era un reino espiritual, y la mayoría de ellos "se
volvieron atrás" (Jn. 6:66). La corriente del entusiasmo popular se volvió
contra Jesús en Galilea como había ocurrido en Judea un año antes.

5. Retiros momentáneos.

Jesús ahora suspendió sus labores públicas en favor del pueblo de Galilea.
Rechazado por los líderes y por el pueblo, percibió que su obra estaba llegando
rápidamente a su conclusión. Ante él se erguían en un vívido bosquejo las
escenas de su sufrimiento y muerte, pero ni sus discípulos lo entendieron.
Como la gente en general, todavía concebían su reino como un dominio terrenal.
En repetidas ocasiones Jesús volvió a analizar con ellos su condición de Mesías
y su misión en un esfuerzo por prepararlos para el gran chasco que
experimentarían. En Cesarea de Filipo (Mt. 16:13-28), sobre el Monte de la
Transfiguración (17:1-13), Y mientras andaban por el camino (versículos 22, 23), les
explicó que como Mesías tenía que sufrir y morir. También, durante ese
período, se retiró a las regiones no judías de Fenicia (1 5:21-28), Cesarea de
Filipo (16:13-28) y a Decápolis (Mr. 7: 31-8:10), intentando despertar en sus
discípulos un sentido de responsabilidad por los paganos. La confesión de fe en
Cesarea de Filipo (Mt. 16:13-20) señaló un punto notable en la relación de los
discípulos hacia Jesús.
Su comprensión de la misión de Cristo había crecido durante el tiempo de su
asociación con él. Ahora, por la vez, dieron evidencia de su aprecio por ella.

6. Ministerio en Samaria y Perea.

En el otoño de ese año, Jesús y sus discípulos asistieron a la fiesta de los Tabernáculos (Jn. 7:2-13). Esta fue su 1ª visita a Jerusalén desde la curación del paralítico junto al estanque de Betesda y el rechazo del Sanedrín unos 18 meses antes. El tema de Cristo como el Mesías estaba en la mente de todos, y sabían también del complot contra su vida (Jn. 7:25-31). Había una clara división de opinión acerca de si Jesús debía ser aceptado como Mesías o debía ser muerto (versículos 40-44). Cuando hubo un intento de arrestar a Jesús, Nicodemo silenció a los conspiradores (versículos 45-53). Se hizo otro intento de atraparlo (8:2-11). Mientras estaba enseñando en el templo, las autoridades lo desafiaron otra vez, y él, a su vez, abiertamente afirmó que Dios era su Padre y se declaró el Enviado de Dios. Como resultado intentaron apedrearle allí mismo (versículos 12-59). Sin embareo, escapó (versículo 59), y aparentemente regresó brevemente a Galilea antes de salir de allí en su último viaje a Jerusalén (Lc. 9:51-56).

Los siguientes meses Jesús los pasó trabajando en Samaria y Perea, y envió a los 70 en su misión (Lc. 10:1-24). Poco se sabe de la ruta exacta que tomó Jesús, pero Lucas registra en forma completa las parábolas y las experiencias de este período (ver 9:51-18: 34). Ahora se movía públicamente y enviaba mensajeros delante de sí que anunciaban su llegada (9:52; 10:1); avanzaba hacia el escenario de su gran sacrificio, y la atención de la gente debía ser dirigida hacia él. Durante su estadía en Perea, la multitud otra vez se reunió a su alrededor como lo había hecho en los primeros días de su ministerio en Galilea (12:1). Unos 3 meses antes de la Pascua subió a Jerusalén para asistir a la fiesta de la Dedicación (Jn. 10:22). Las autoridades otra vez se
acercaron a él en el templo, exigiéndole: "Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente" (versículo 24). Después de una breve discusión, los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle por hacerse Dios (versículos 25-33). Un poco más tarde procuraron arrestarlo, pero otra vez escapó de sus manos y regresó a Perea (versículos 39, 40). La muerte de Lázaro, pocas semanas antes de la crucifixión, le hizo regresar brevemente a la región de Jerusalén, donde realizó su milagro supremo, en presencia de una cantidad de dirigentes judíos, que puso de manifiesto evidencias que los sacerdotes no podían negar ni malinterpretar (ver 11:1-44). Este milagro estampó el sello de Dios sobre la obra de Jesús como el Mesías, pero cuando los dirigentes de Jerusalén fueron informados al respecto (versículos 45, 46), decidieron quitar a Jesús de su camino en la oportunidad que se les presentara (Jn. 11:47-53). Esta evidencia del poder sobre la muerte fue la prueba culminante de que en la persona de Jesús, Dios había realmente enviado a su Hijo al mundo para salvar a los hombres del pecado y de su penalidad, la muerte. Los saduceos, que negaban una vida después de la muerte, estaban sin duda completamente alarmados, y se unieron con los fariseos en una decidida determinación de silenciar a Jesús (ver 47). No deseando apresurar
la crisis antes de tiempo, Jesús otra vez se retiró de Jerusalén por una temporada (ver 54).

7. Ministerio final en Jerusalén.

Unas pocas semanas después de la resurrección de Lázaro, Jesús dirigió sus
pasos una vez más hacia Jerusalén. Pasó el sábado en Betania (Jn. 12:1) donde
Simón le ofreció un banquete (Mt. 26:6-13; cf Lc. 7:36-50). Por ese tiempo,
Judas fue al palacio del sumo sacerdote y se ofreció para traicionar a Jesús y
entregarlo en sus manos (Mt. 26:14,15). El domingo Jesús entró triunfalmente
en Jerusalén, manifestándose públicamente como el Mesías-Rey (21:1-11). El
entusiasmo del pueblo que había venido a Jerusalén para la Pascua llegó a un
punto muy alto y lo saludaron como rey. Sus discípulos sin duda tomaron su
aceptación de estos homenajes como prueba de que sus acariciadas esperanzas
estaban a punto de cumplirse, y la multitud creyó que la hora de su
emancipación del yugo romano estaba por llegar. Jesús sabía que estos actos lo
llevarían a la cruz, pero era su propósito llamar públicamente la atención de
todos al sacrificio que estaba a punto de realizar. El lunes limpió el templo
por 2ª vez (Mt. 21:12-17), repitiendo al fin de su ministerio el mismo acto con
el que había iniciado su obra 3 años antes. Esto era un desafío directo a la
autoridad de los sacerdotes y gobernantes. Cuando disputaron su derecho a
actuar del modo en que lo hizo - "¿Con qué autoridad haces estas cosas?" (v
23)- les contestó de modo que revelaron su incompetencia para evaluar sus
credenciales como Mesías (versículos 24-27). Con una serie de parábolas (21:28-22:14)
describió el curso que los dirigentes judíos estaban tomando al rechazarlo como
el Mesías, y en sus respuestas a una serie de preguntas que le hicieron (22:15-46) refutó a sus críticos al punto de que ninguno de ellos se atrevió a preguntarle más (ver 46).

Después de exponer públicamente el carácter corrupto de los escribas y
fariseos, Jesús se apartó del templo para siempre (Mt. 23) declarando: "He aquí
vuestra casa os es dejada desierta" (ver 38); apenas el día anterior se había
referido al templo como "mi casa" (21:13). Con esta declaración desheredó a la
nación judía de la relación de pacto. Le quitó "el reino de Dios" para darlo
"a gente que produzca los frutos de él" (ver 43). Esa noche Jesús se apartó al
monte de los Olivos, y a la pregunta de 4 de sus discípulos (Mr. 13:3) bosquejó
lo que todavía debía ocurrir antes del establecimiento de su reino visible
sobre la tierra (Mt. 24 y 25). El miércoles de la semana de la pasión lo pasó
aislado con sus discípulos. El jueves de noche celebró la Pascua con ellos, y
a su vez instituyó la Cena del Señor (Lc. 22:14-30; Mt. 26:26-29; Jn. 13:1-20).
Después de la cena les dio extensos consejos acerca del futuro y de su regreso
(Jn. 14-16). Al entrar al jardín del Getsemaní, el peso de los pecados del
mundo cayó sobre él (Mt. 26:37) y le pareció que quedaba aislado de la luz de
la presencia de su Padre para experimentar la suerte del pecador: la eterna
separación de Dios. Torturado por ese temor -porque en su humanidad no pudiera
soportar el sufrimiento que estaba delante de él- y angustiado por el rechazo
de quienes habían venido a salvar, fue tentado a abandonar su misión y dejar
que la raza humana cargara con las consecuencias de sus pecados ( Mt. 26:
39, 42). Pero bebió la copa del sufrimiento hasta el final. Al caer moribundo al suelo, sintiendo los sufrimientos de la muerte por todos los hombres, un ángel del cielo vino a fortalecerle para soportar las horas de tortura que quedaban delante de él (Mt.26:30-56; Lc. 22:43).
Esa noche Jesús fue arrestado y llevado primero ante las autoridades judías (Jn. 18:13-24; Mt. 26:57-75; Lc. 22:66-71), y más tarde ante Pilato (Jn.18:28-19:16) y ante Herodes (Lc. 23:6-12). Jesús fue condenado a muerte por algunos judíos, y la sentencia recibió una vacilante ratificación del procurador romano. Ese mismo día Jesús fue conducido para su crucifixión (Jn.19:17-37). Con su muerte en la cruz, pagó la penalidad del pecado y vindicó la justicia y la misericordia de Dios. Al pie de la cruz, el egoísmo y el odio de un ser creado que aspiró ser igual a Dios, pero que se interesaba muy poco en Dios al punto de estar dispuesto a asesinar al Hijo de Dios, se enfrentaron cara a cara con el abnegado amor del Creador, que se preocupó tanto por los seres que había creado, que estuvo dispuesto a tomar la naturaleza de un esclavo y morir la muerte de un criminal con el fin de salvarlos de sus propios caminos perversos (3:16). La cruz demostró que Dios podía ser tanto misericordioso como justo cuando perdona a los hombres sus pecados (cf Ro.3:21-26). Jesús murió en la cruz más o menos a la hora del sacrificio el viernes de tarde, y se levantó de entre los muertos el siguiente domingo de mañana (Mt. 27:45-56; 28:1-15). Después de su resurrección, quedó en la Tierra un tiempo más con el fin de que sus discípulos se familiarizaran con él como un ser resucitado y glorificado. Sus repetidas apariciones (Lc. 24:13-45; Jn.20:19-21,25; etc.) dieron Fe de una auténtica resurrección. Cuarenta días más tarde ascendió al Padre, concluyendo así su ministerio terrenal (Lc. 24:50-53). "Subo a mi Padre y a vuestro Padre", dijo Jesús (Jn. 20:17). Sus instrucciones
de despedida a sus seguidores eran que debían Proclamar las buenas noticias del
evangelio a todo el mundo (Mt. 28:19, 20). La confianza de que Jesús verdaderamente había surgido de la tumba y había ascendido al Padre (Lc.24:50-53) dio un poder dinámico al evangelio mientras los apóstoles salieron a proclamarlo a todo el mundo conocido en esa generación (Hch. 4:10; 2 P.1:16-18; 1 Jn. 1:13) el ministerio de Cristo en los cielos como el gran sumo sacerdote de los hombres.

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